Capital social para el desarrollo | Horizonte
La guía de un pueblo que empieza a navegar asegura llegar al puerto del crecimiento, desarrollo y bienestar de sus habitantes, cuando la tripulación posea las cualidades suficientes de sostenibilidad a lo largo del trayecto.
La transversalidad de estas cualidades se centraliza en el empoderamiento de sus habitantes, en su capacidad de organizarse, de proyectarse, de conquistar y de transformar realidades en forma conjunta. Las circunstancias en el tiempo como escenario de desarrollo individual y colectivo, instrumentan estas cualidades debido a la cultura, esa transferencia generacional y sumatoria de creatividades a lo largo del tiempo, y donde la convergencia visionaria en común se derive en personas individuales a capital social, capital social a desarrollo comunitario, desarrollo comunitario a bienestar, es decir, el progreso comunitario. Hasta entonces, la comunidad como base de gestación de las relaciones interpersonales es el testigo clave de la derivación de la interacción de personas que se unen para autogestionar el desarrollo y bienestar.
En el trascurso de las movilizaciones por un objetivo común, resulta normal que las personas y las organizaciones tengan la característica de establecer idearios cuya búsqueda se vea quebrantado por la inestabilidad de la motivación y los cambios coyunturales que repercuten en la lucha a lo largo del tiempo. En esos estadios de turbulencia radica la importancia de generar alianzas en el proceso, el favorecimiento de las condiciones del trabajo mancomunado, de actitud solidaria para los acuerdos comunitarios, de sinergia de las organizaciones y la sociedad en general para la consecución de un propósito en común.
Igualmente, también es normal la figura indispensable del órgano capaz de remover el campo social, fertilizarlos y sembrar semillas de tejidos sociales que articulen los idearios colectivos y equilibrarlos en el tiempo. Esa vara del equilibrista que, relativo o no, hasta el momento no existe otra capaz de reemplazarlo: el estado. Una de las extremidades necesarias con medios suficientes para sostener y encausar en el tiempo los sueños y esperanzas de la gente.
Sueño y esperanza, dos que se anclan y se renuevan asiduamente, en contraste con personas, organizaciones e instituciones que se inestabilizan y cambian en el tiempo. Los mismos que, a su vez, se sustentan sobre el eje que debiera considerarse trasversal en cualquier proceso: la renovación generacional.
Sin lugar a dudas, el arte de despojarse del ego, dar paso a la empatía social y empezar a trabajar por la renovación generacional; transferir conocimientos, liderazgos y dejar como herencia modelos sociales adaptables con enfoque de innovación permanente, asegura la sostenibilidad del bienestar de las personas y la comunidad.
Por una parte, permanecer en la senda de las conquistas, precipita en el espíritu de trabajo, en la participación ciudadana, las alianzas y la cooperación.
Por el lado de la participación ciudadana, busca propiciar y capitalizar la fuerza social de la comunidad ejerciendo la labor de establecer estructuras sociales organizadas, involucrarlos activamente sobre la base de la igualdad social sin consideración de estatus social, credos, razas, banderías políticas o ideologías.
Las alianzas y la cooperación, en tanto, originan espacios de intercambio y el ejercicio de la sinergia por medio del establecimiento de alianzas de cooperación entre todos los actores. Y, por último, el compromiso, el sentido de responsabilidad social traducida en el compromiso permanente desde el ámbito donde cada uno convive e interactúa.
La conjunción natural de estos elementos hacen que el capital social se constituya en el vínculo indispensable del desarrollo.
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