Le va a doler | Horizonte
¿Por qué echan ese? —preguntó.
—¿Por qué echan ese, dije? —insistió, con el ceño fruncido y un golpe de pie contra el suelo.
En respuesta, solo escuchó el rugido incesante de la motosierra y el silencio de los obreros que continuaban con la tala.
Es el reclamo real de una niña de tres años, que también agrego: “Dejen de machetear al árbol, le va a doler”.
Así, habló la voz de una generación que resiste la escasez impuesta por una crisis global, opuesta a la que creció entre el consumo desbordado y la indiferencia abundante.
Es la generación que ama, personifica personajes, sueña sin saberlo y regala felicidad. La que, con la vista perdida en el cielo, grita apasionada al paso de un avión, creyendo —esperando— que alguien, allá arriba, la escuche. Tal vez la tripulación. Tal vez algún pasajero. Aun cuando la velocidad, el ruido de las turbinas y la altura parezcan decirle que no.
Quizás, dentro de ese avión, viajan quienes crean y dirigen políticas públicas, quienes firman acuerdos bilaterales o disfrutan vacaciones. Pero pocos de ellos, probablemente, piensen en niños descalzos, de cachetes sucios, gritando sueños que no caben en un protocolo diplomático.
Con el rostro enojado, los bracitos cruzados y las ramas rotas por el suelo, ella habrá empezado a comprender: que los niños no siempre son escuchados, ni siquiera cuando se habla de su propio futuro. Que los adultos suelen decidir por ellos sin preguntarles, porque “no se deben meter en cosas de grandes”.
Habrá entendido que los adultos se sienten con más derecho a ser asistidos, a tener razón, a ocupar espacio. Que la empatía muchas veces se disfraza de idea, de “posición”, y queda encerrada en debates donde el poder manda más que el corazón.
Quizás, por dentro, se haya preguntado:
¿Y si los adultos no solo decidieran por los niños, sino que también sintieran y vieran el mundo como ellos?
Tal vez, se haya respondido a sí misma:
Entonces reinaría la paz y la felicidad.
Porque ella recuerda, como un milagro, aquel sonido que hacía con el dedo en los labios al ver la luna. Y en su mundo, eso bastaba para sentirse plena.
Habría más sinceridad. Menos talas y más árboles. Menos abandono y más abrazos. Menos razones impuestas y más razones compartidas. Menos conflictos entre el pensamiento, el corazón y el lugar desde donde uno habla.
Dolida por el macheteo del árbol, pero intuitiva como toda niña que ama, su voz representa a una generación empujada a ser resiliente. A enfrentar un futuro incierto.
Un futuro que los adultos siguen decidiendo sin mirar hacia abajo, donde un árbol cae, y una niña sabe… que le va a doler.
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Foto: 123RF. Disponible en línea
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